La casa que estaba al final de la calle, donde vivía el pequeño Miguel, parecía que estaba eternamente disfrazada de día de muertos. Había telarañas que colgaban por muros y ventanas, la luz se prendía y apagaba de manera extraña y, algunos vecinos decían que, a menudo, se escuchaban unos ruidos muy tenebrosos. La noche del día de brujas, todos los niños salieron disfrazados a pedir su calaverita. Miguel se disfrazó de Calavera y fue a buscar a su amigo Juan, quien estaba disfrazado del monstruo de Frankenstein. Estaban decididos a entrar en la misteriosa casa.
Cuando llegaron a la última casa de la calle, todo estaba muy oscuro y había neblina. Se dieron cuenta que ya no estaba la fila de los niños, justo cuando el adocreto de la calle empezó a moverse y como si fuera un acordeón, los empujó frente a la puerta que tenía una manija de calavera. Juan empezó a correr, pero no pudo y, Miguel lo convenció de sólo asomarse a ver como era por dentro. Unas notas de piano se escucharon y unos escalofriantes ruidos; al mismo tiempo, que la puerta se abrió de par en par.
¡Hola, ¿hay alguien en casa?!, dijo el pequeño Miguel, Juan asustado no se quiso quedar sólo, así que alcanzó a su amigo. Las luces empezaron a titilar: se prendían y apagaban sin lógica. Salieron muchas arañas que se acercaron a ellos, cubriendo el piso y luego desaparecieron. Los amigos se quedaron sin moverse, hasta que se acercó una gata negra con cinco gatitos, que se acercaron a ellos y se dejaron acariciar. El miedo se fue apagando.
De pronto, Juan hizo una cara de susto y señaló con su dedo el techo. Miguel volteó y vio a un pequeño fantasma que los observaba. Corrieron para salir de la casa y el fantasma gritó: ¡Esperen! Yo sólo quiero que jueguen conmigo. Y dando unos giros, la casa se lleno de luces de colores y en lo alto del segundo piso apareció un tobogán increíble. Miguel no pudo resistirse y se subió al tobogán cayendo en una alberca de pelotas que había sustituido a la sala entera. Juan, se relajó y también se subió al tobogán. Así fue como ese día de muertos, Miguel, Juan, el pequeño fantasma, la gatita negra y sus cinco gatitos pasaron una tarde divertidísima.
Hasta que se fue la luz, y todo desapareció. Juan y Miguel, muy extrañados, se encontraron en una casa oscura completamente vacía. Se pellizcaron el brazo para descubrir que no estaban soñando. Todavía los niños estaban pidiendo calaverita y en la casa misteriosa no se veía ninguna luz, ni se escuchaba nada. Cuando Miguel llegó a su casa descubrió una pelota en el gorro de su disfraz y se durmió feliz, deseando que otra vez fuera día de muertos.
¡Y colorín, colorado esta casa me ha espantado!
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